domingo, 6 de noviembre de 2016

Ensayo literario: Jaime Sabines. Por Laura Angélica Vallín Muñoz

Este ensayo escrito por una alumna de la carrera Letras Hispánicas en la UUA, presenta a Sabines como un poeta que deja la poesía fluir guiada por los sentimientos y no por la razón. La autora expresa que esta característica hace que Jaime Sabines sobresalga de todos los demás poetas. Asimismo, indica que los temas, tonos y las formas que emplea Sabines van de la mano con su contexto personal, haciendo hincapié en que aún así la esencia del poeta no se pierde por estas adaptaciones biográficas. Laura Angélica analiza también la intención del autor a través de sus comentarios en entrevista y las composiciones mismas. A continuación se presenta el ensayo literario:
Ensayo literario: Jaime Sabines.
Por Laura Angélica Vallín Muñoz

“Hay dos clases de poetas modernos: aquellos, sutiles y profundos, que adivinan 
la esencia de las cosas y escriben: “Lucero, luz cero, luz Eros, la garganta de la luz pare colores coleros”, etcétera, y aquellos que tropiezan con una piedra y dicen “pinche piedra”.[1] Jaime Sabines, sin duda, pertenece a la segunda clase. Usa el lenguaje vulgar, pero no por ello su arte se vuelve grosero. De eso se trata toda la creación de este mexicano. Es por ello que sus seguidores no se encuentran únicamente en los círculos de académicos y estudiosos de la literatura. Él consigue atrapar al hombre común con versos hechos de palabras ordinarias, pero que logran contagiar las emociones del poeta, y sobre todo el sentido humano de la poesía. No le interesó la forma sino el fondo. Al igual que Dolores Castro, Sabines ve su obra como producto de la experiencia emotiva, “si no hay emoción, no hay poesía para mí. Hay muchos poetas que por eso no me gustan, porque hacen las cosas con el cerebro”.[2]
La esencia pura de Sabines se mantiene a lo largo de toda su trayectoria. No obstante, si hacemos un recorrido desde Horal (1950), su primer libro, hasta Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973), podemos encontrar que los sucesos biográficos tienen una estrecha relación con los temas, los tonos y las formas que usa en sus composiciones. Es evidente que todo autor, sea narrador o poeta, evoluciona junto con su trabajo; no se escribe lo mismo a los quince que a los cincuenta y tantos, las perspectivas frente a la vida cambian.
Horal fue publicado cuando Jaime tenía veinticuatro años, en 1950. Aún no había concluido sus estudios de Lengua y Literatura castellanas en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.  A esas alturas ya estaría graduado si no hubiera pasado dos años en la Facultad de Medicina con la única intención de complacer a su padre. De hecho, el joven mexicano pensaba terminar dichos estudios, con un estoicismo que sólo el amor a su progenitor podría alimentar. Pero un día, lleno de enojo y frustración no pudo contenerse más, así que fue a decirle al Mayor Sabines que terminaría la carrera, pero no ejercería la profesión porque simplemente no le gustaba. La respuesta que obtuvo fue: “¿Y quién te obliga? Estudia lo que tú quieras, deja la carrera. Claro que nos hubiera gustado tener un hijo doctor, pero no importa si quieres ser otra cosa: arquitecto, abogado… estudia lo que quieras.”[3] En ese momento se fue a su habitación y se puso a llorar como nunca lo había hecho. Esas palabras le provocaron un colapso emocional tremendo. Había estado pasándola “horrorosamente mal” durante esos años, lejos de su natal Chiapas, de sus padres y hermanos. Solo en una ciudad desconocida, sintiéndose culpable porque desde siempre supo que no sería el médico de la familia.
En esas noches de soledad en la Ciudad de México, sus modos de sobrevivencia eran la poesía y la Biblia. En muchas entrevistas dijo que éste era su libro de cabecera, no por su sentido religioso, sino por  el conforte que le daba saber que hubo personas más desdichadas que él en ese momento. Job por ejemplo: sarnoso, moribundo y abandonado por Dios.[4] Horal recoge los versos desesperados de aquellos años de cansancio, soledad e incertidumbre juvenil.
La pieza que le dio nombre a esta compilación ha sido una de las más aclamadas nacional e internacionalmente: “El mar se mide por olas, / el cielo por alas, / nosotros por lágrimas.//El aire descansa en las hojas, / el agua en los ojos, / nosotros en nada. // Parece que sales y soles, / nosotros y nada…” Sabines no necesita de adornos, abstracciones, ni enredos para abordar un tema filosófico profundo, que a su vez conserva el sentido poético y humano.  Gran parte de la belleza de este poema radica en las analogías acerca del sentido de existencia de la humanidad. El mar tiende a formar olas, esa es su esencia, de igual forma que el hombre muestra tendencia al sufrimiento; las lágrimas son sus olas, sus alas. Nuestro designio eterno es llorar, nunca descansar de la congoja que provocan los problemas de la vida terrena. Pero no por ello debe calificársele como melancólico desilusionado. El mensaje que pretende dar a través de versos dolorosos y tristes es el de la vida misma, y  que “a pesar de todos los pesares, la vida es hermosa”.[5] Así pues, nosotros no descansamos como lo hacen las lágrimas en los ojos o el aire que posa sutil sobre las hojas.
Los poemas del escritor en cuestión no guardan medidas perfectas, ni muestran las formas clásicas de la lírica española. Desde sus inicios desecha todo tipo de formalismos, como él mismo lo expresó en 1951 cuando escribe estas palabras para la revista La Patria Chica:
“¡Afuera! ¡Lejos, la función trivial, la musiquita, la rima!…Hay que libertarse. El poeta no es un animal de adorno, ni la poesía un arete o un abanico. Somos hombres, antes que poetas. Y lo hondo, lo profundo, lo oscuro, como lo claro y lo concreto del hombre, debe ir al poema, debe hacerlo, construirlo con su mundo aparte… Y es que hacer un poema es llorar.”[6]
Esa liberación de la que habló fue gradual. Es decir, en Horal, aunque no se respetan completamente las rimas o las medidas regulares de los versos, sigue habiendo pequeñas coincidencias que dan la impresión de haber seguido algún patrón poético.
Como en al caso de las últimas estrofas de “Lento”: “Lento desde hace siglos, / remoto – nada hay detrás- / lejano, lejos, desconocido.// Lento, amargo animal/ que soy, que he sido”. Las rimas son de forma a-b-A en la primera estrofa, b-a en la segunda. Aún son visibles los rastros de la escuela tradicional que usaba a los catorce años, aprendida en la secundaria, según comentó en una entrevista del año 2004.[7]
Es hasta Diario semanario y poemas en prosa (1961) cuando alcanza la cumbre de la liberación. La prosa poética fue la máxima expresión de aquel ideal que venía persiguiendo desde hacía ya varios años. Todavía en 1998, un año antes de su muerte, hablaba de su aversión por la rígida clasificación literaria:
La obra de Rulfo me parece la obra de un gran poeta. Se le clasifica de cuentista o novelista. Esa diferencia entre géneros me cae muy mal, porque para mí Rulfo es uno de los grandes poetas de México y de América. García Márquez es un extraordinario poeta. Tolstoi también es impresionante. Y toda la poesía francesa. Y Shakespeare.[8]
De modo que Sabines nunca dejó de ser poeta a pesar de las formas que usara.

La unidad entre los segmentos del libro mencionado radica en el tono desencantado y la protesta a los tiempos modernos, y la rutina urbanizada que venía aquejándolo desde Tarumba (1956).
Ciertamente, Adán y Eva (1952) fue la primera obra en prosa que dio a conocer. Sin embargo, no podría considerarse la cumbre libertaria de la que antes se hablaba debido a la cohesión temática que hay de principio a fin, característica inequívoca del poemario, la brevedad del texto que impide una variación amplia de situaciones, la simbología que utiliza para construir las escenas paradisiacas y el lenguaje embellecido que sale de la voz de los personajes:
I
-Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos conocíamos. Eva, levántate.
-Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció?
-Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y empiezan a galopar los árboles. Escucha.
– Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti.
Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas.
Como se ha mencionado antes, la creación de Jaime siempre fue basada en experiencias reales. En este caso no sería descabellado suponer que la pareja protagónica estuviese inspirada en él y la que un año más tarde se convertiría en su esposa: Josefina Rodríguez.
El amor entre hombre y mujer fue uno de los temas más recurrentes, al igual que la muerte. No obstante, el primero se ve difuminado con el paso del tiempo, va perdiendo presencia mientras se mezcla con otros nuevos tópicos, como el segundo. El gran contraste se observa al comparar el primer libro con el último: La muerte del mayor Sabines(1973). Es un libro totalmente dedicado a la purga del dolor causado por la muerte de su padre.
En La Señal (1951) ya comienzan a verse los rastros sutiles del gusto por hablar de la muerte: “. Pero es en Tarumba cuando se agudiza: “Oigo una gota, tomo un trago, / pienso en el cadáver que haría, / me estiro. / ¿Qué testamento escribiré algún día?”
Notas al pie de página:
[1] Sabines, Jaime. Antología Poética. México, Fondo de Cultura Económica, 2011, p. 238.
[2] Placencia, Mónica. Habla Jaime Sabines. México, Ediciones El Tucán de Virginia, 2007. p. 23
[3] Llorando la hermosa vida
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Zarebska, Karla (ed.). Jaime Sabines (Algo sobre su vida). México, Karla Zarebska, 1994. p.77
[7] Op. Cit. nota no. 2, p. 21
[8] Op, Cit. nota no. 2, p.22
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Referencia:
Vallín, L. (2015). Ensayo literario: Jaime Sabines. Recuperado de: https://entreletrasylibros.wordpress.com/2015/06/14/ensayo-literario-jaime-sabines/

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